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miércoles, 23 de marzo de 2011

el bolso


La tarde ya comenzaba a oler a primavera. Las seis y media y el sol todavía perezoso huía lento hacia su retiro nocturno. Los surtidores se habían puesto en marcha hacía un ratito para regar el verde césped que cubría el parque. Su chip-chap rompia el silencio que adueñaba la apacible tarde.
Tan sólo un paseante recorría meditabundo los senderos empedrados que rodeaban las roncallas, las rosaledas. Un hombre cejudo, de unos cuarenta y cinco años, vestido con una fina chaqueta que tapaba una camisa de rayas multicolores, unos vaqueros de corte clásico, ya ajados que esperaban un pronto retiro.
Hombre extraño que siempre pensó que la vida le destinaba algo grande, aun llevando una vida insignificante, que no tenía valor para nadie, incluso para él. Obsesivo le gustaba buscar los por qués de las cosas e indagar hasta las ultimas consecuencias…
Recordaba un día que encontró un zapato en medio de la calle. ¿Sólo un zapato? Comenzó a buscar el otro, y nada. Fue a la policía y no sabían nada de él. Siguió investigando, y alguien le dijo que siempre que había un atropello aparecía el cadáver con un zapato menos, siempre le faltaba un zapato.
El agente de policía le había dicho que allí no había habido ningún accidente. Pues… ¿De quien sería el zapato?
Volvió a la central de policía, y allí, por loco, por pesado, le dieron todos los accidentes que habían habido los dos días anteriores a encontrarse el zapato.
Tres mujeres de las cuales sólo había muerto una, y un hombre que por desgracia también había sucumbido en el suceso. Fue a visitar a la viuda, una hermosa mujer que no llegaba a la cuarentena, de bonita cabellera rubia que resaltaba ante el negro del luto, unos ojos demacrados del llanto, de una marrón precios…
El estupefacto ante la mujer, como pudo le preguntó por el zapato de su esposo, ciertamente este había aparecido sin él. Se lo mostró y ella entre nuevos llantos le agradeció el esfuerzo de encontrar el amo, pues ella lo iba a guardar como reliquia de su marido.
Este era el hombre que esa tarde de comienzo de primavera paseaba meditabundo el parque, ese mismo que cuando llegó al banco de madera donde solía sentarse halló un bolso de Tous vacío y una pistola a su lado.
¿De quien sería? ¿Qué había sucedido? Ni rastro de huellas, ni señal de nada. Se sentó, lo miró llamó a la policía, le habló de una pistola… y marchó con el bolso a escondidas.

Romero de Buñol
23-03-11

 
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