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sábado, 7 de agosto de 2010

HACE FALTA OTRA COSA



(Al poeta Jonathan Mendoza, dedico)

“No llores…El mundo tiene demasiadas lágrimas…Hace falta otra cosa”
Pablo Neruda



Tengo el alma y el cuerpo lleno de cicatrices, como señal de que no ha sido fácil la vida. Sin embargo, no me arrepiento de nada. Quizás haber sido muy cándido en el peregrinar del camino. Antes coleccionaba amaneceres y geranios; una que otra prenda íntima femenina – como lo hacía don Sebastián Francisco de Miranda – que mis novias imaginarias – casadas, viudas, solteras, bembonas y de traseros voluminosos – dejaban tiradas o esparcidas, en lugares que hoy existen, solamente, en mi memoria. Ahora, colecciono recuerdos. Si algún pecado he cometido es haber confiado a ciegas en el hombre. He andado en medio de lobos, y, cabalgado sobre el caballo de la muerte. El tártaro no me es ajeno. He estado en él; sus huellas están tatuadas en mi piel. Dante Alighieri jamás imaginó ni conoció el infierno que me ha marcado para siempre. Confieso que soy cristiano ortodoxo. No practicante. Creo en Jesús de Nazareth como hombre y profeta. No soy gnóstico, porque a menudo veo el rostro de Dios, cuando hago el amor, claro está; creo en Jesús que predicó en Galilea no en su hermano gemelo: Simón, que, según los valentinianos, predicó en Siria, y quien fue igualmente sacrificado, por confabularse contra el poder de Roma, y como Jesús también resucitó al tercer día. Sin embargo, a pesar que María, la hija de Ana y Joaquín, descendientes directos de David, había parido a dos gemelos iguales, sólo uno de ellos era el hijo de Jehová: Jesús de Nazareth. (Acá entre nos: Juandemaro Querales, Míster Solo, cree que es posible que Jesús haya vivido y muerto en Cachemira, y le da la razón al escritor Andreas Faber-Kaiser; cree inclusive que Jesús tuvo descendencia con Magdalena; yo, en cambio, como sé que el presbítero Carlos Vivas, y mi bienamada madre, leerán ésta crónica, me abstengo de dejar constancia de mi discernimiento). Ha tiempo, alguien cuyo rostro angelical tampoco olvidaré, me preguntó: “¿Por qué escribes?” “Escribo – le explique a Génesis, una linda niña de piel morena, como la arena de la mar, que padecía de un cáncer terminal y ya le habían emputado todo su bracito derecho, quien me visitaba en compañía de su padre, a mi oficina, en busca de algunos obsequios que yo siempre le guardaba a ella, y a su atormentado padre, antes de despedirse de mí, le daba dinero para que comprara su medicina; le explicaba…a sabiendas de que ella no entendería mi respuesta – porque a pesar de no conocer el misterio de mi tristeza, hay alegría de piedra dulce en mi tristeza. Porque quizás algún día un idiota pueda matarme, pero no podrá enterrar la esperanza vivaz de mi lúgubre corazón”. (Vid. Corte de Apelaciones; Editorial Berkana; La Victoria, Edo. Aragua, Venezuela; año 2000; pág. 39). La historia de la traición es tan vieja como la humanidad. Por eso no creo en la religión de los sacerdotes pedófilos; ni en la amistad de falsos amigos, sino ene l “Credo” de Aquiles Nazoa y el de Miguel Ángel Asturias. Por las noches, me desvelo, buscando la silueta de ausencia de mi gata en celo, y el frío pavoroso me convierte en un madero olvidado. Esta soledad que vivo y padezco me transforma en pájaro, hoja, y tallo. Busco su origen y encuentro la sonrisa de una vida salteada, por la envidia y por la sombra del averno que me sigue. Mi vida no ha sido fácil. A pesar de haber nacido en una humilde casa de la Calle San José de Carora, siempre me he comportado como lo que soy y seré siempre: un Príncipe de la poesía. El orbe me dio el privilegio de ser engendrado en el vientre de una mujer buena, sencilla, inteligente, honesta, valiente, como lo es, en efecto mi madre, quien ha tenido que presenciar el entierro de sus dos mayores hijos varones: uno, arrancado de la vida terrenal, por un cáncer terminal prostático; el otro, arrebatado por manos de delincuentes facinerosos, ratas asquerosas uniformadas de guardianes, cuando en realidad desprecian la condición humana; y, presenciar el destierro de la patria chica de su pequeño hijo, loco y vagabundo, a quien enseñó a distinguir el bien del mal, a no mentir, a no ser hipócrita, a decir siempre la verdad verdadera, aunque con ella se vaya al sepulcro. Decir la verdad con fingida modestia es hipocresía. No me gusta montar aviones. Pero hoy lo hago con frecuencia. A poco fui invitado por la Universidad del Zulia, en compañía del Dr. José Luis Tamayo Rodríguez, a dictar una conferencia sobre la prueba ilícita. “¿Hasta cuándo la ternura es castigo?” (Julio Jiménez) Si yo divulgara las cosas que sé de mis enemigos, ¿Qué ganaría yo con ello? Nada. Es mejor dejar el mundo como está: lleno de envidia y podredumbre. No he tenido suerte con los amigos. Pero a pesar de todo, no guardo rencor ni odio en mi corazón, ni siquiera a los infelices que atentaron contra mi vida la navidad pasada, porque con el suceder del tiempo, nadie hablará de ellos; nadie los recordarán; en cambio, mi nombre tiene un lugar ganado en la Historia de la Literatura y del Derecho Procesal Penal en Venezuela. ¿Qué hará el príncipe-poeta Leonardo actualmente? Se preguntará quien me recuerda fugazmente. Leo Un largo Camino a la Libertad de Nelson Mandela; esperando – ¿Llegará? – que el Magistrado Pérez Linares me traiga o me haga llegar, al menos, la última obra de Tomás Eloy Martínez: Purgatorio y que don Gilberto Abril Rojas me envié desde Colombia el libro: El Olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince. leopermelcarora@yahoo.es

 
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