Un cuerpo que vacío,
se rinde al desengaño,
permite, indolente, que
las ondas del letargo
invadan, acorraladas,
subterfugios del alma.
Espectro que domina
a pesar de todo brío.
Presas de sí mismas,
con el dolor de estar
a punto de ir muriendo,
las pasiones se agrían
dentro de los adioses.
En ese infierno retenido,
los sentimientos decaen,
se salobra el agua dulce
opacándose la magia
de tantas horas perdidas.