Quiso escribir una buena historia de amor,
comenzó abriendo, tontamente, los grifos,
como una cuestión de primorosa certeza.
Por comodidad, se quitó el par de zapatos
que por muy crujientes, distraían el caminar.
Solo y desterrado en la habitación de servicio,
juramentado ahora, a no seguirla esperando,
se atiborró en sus falsas caderas de azúcar.
Dibujó la figura de unos delicados acordes
y se puso a descifrar la adivinanza del amor.