Mi abuela contaba,
que desde el ojo de la aguja,
la desencantada veía el cuervo de la amargura,
saboreando su corazón.
Sus bordados cobraban vida,
con cada hilo de siniestro color,
que cosía en su bastidor de madera de haya,
preñándolos con
explícitas imágenes de añagazas.
Mientras más
avanzaba en su labor,
sentía extraños y burlescos bisbiseos:
“Mientras tú juegas a ser la damita laboriosa
tu príncipe se
refocila coqueto
y goloso…en castillo ajeno”
Queriendo acallar con fervoroso y vehemente denuedo
el origen de tanto dolor, clavó con ímpetu en su níveo
pecho
la tijera más fina y bella de su posesión, logrando
así, sólo así
se dispersara en rojo carmesí todo su sinsabor.
© MARÍA ROSA RODRÍGUEZ ARAYA, 2015.