El camino es solo para navegantes,
infinitamente prolongado y recto,
con un solitario balcón a la calle.
Allí lo visitan los vientos del mar.
Un punto en la imaginación el faro,
y el muelle, solo un tiempo perdido,
sin alientos que impulsaren naves.
Donde la vida empieza, terminaba
esa calzada de mustios crisantemos.
Aletargado, sobre bordes de espuma
lo urbano dormita, sin despedidas.