Por: Juandemaro Querales
El salvaje crimen de un
comerciante y vendedor de queso, a manos de sus secuestradores. Sirven de
excusa para narrar una historia que toca directamente las fibras más íntimas
del poeta Leonardo Pereira Meléndez. “Cementerio de Voces”. Editorial Punto.
Caracas. 2018. Novela río, cuyo título se nos antoja asociarlo al “Cementerio
Marino” de Valery. Relato policial donde el crimen contra la humanidad del
comerciante de queso: Luis Meléndez, sirve para poner a rodar el drama familiar
de un grupo humano establecido en pueblo pequeño del interior de Venezuela.
Carora y San Cristóbal de
Aregue en el estado Lara, en el occidente venezolano. Integran el mito especio
donde campesinos, criadores de chivos y gente dedicada al agro y la ganadería,
hacen vida como en los primeros días del génesis. Sociedad bucólica y pastoril,
donde nada sobresalta a la pacífica grey.
Pero un día un
acontecimiento trastocó el tiempo inmutable y con ello la paz contenida en las
homilías de los fines de semana, pronunciadas por el Padre Quero. El crimen
cometido contra Luis Meléndez y que dio motivo para que el narrador desnude la
psiquis de un poblado pre-industrial, donde todavía esperan la aplicación de la
lógica técnica.
Este crimen –que apenas
se conoció por la prensa local– hubiese pasado desapercibido, si no es por la
actividad del escritor Pereira Meléndez, quien empieza a indagar en tribunales
y policías, que hay detrás del horroroso crimen. Uniendo cabos, combinando la
ficción y la realidad, para descubrir la existencia de una conspiración, donde
policías, delincuentes y una trama familiar, alimentan un entresijo que estalla
finalmente, dando origen a una sustancia acre que enloda el paisaje de envidia
y codicia.
Estos agregados van
haciendo crecer el relato, develando el origen de la memoria de aquellos
pacíficos pastores del remoto edén. Todo esto formando un conjunto antes
disperso, ya que allí se concentra un enlozado teologal correspondiente a un
cristianismo cismático, reformista y su contraparte la inquisición jesuítica.
Olivera, Goyito Mendoza, el
propio autor, los descendientes del propio Luis Meléndez, el caliche, el
frutero, el general del Gaes, todos son sospechosos. Todo mundo se siente vigilado,
la desconfianza los lleva a aislarse a no hablar o intimar, por temor a largar
prendas.
La novela tiene recursos
literarios que sorprenden, trucos que
salvan la narración de caer en la lista del supermercado. El contrapunteo de
los tiempos, el monólogo interior, empleado en el último capítulo que nos
remite al monologo de Molly Bloom en el Ulises de James Joyce.
Como estructura policial,
constituye uno de los escasos ejemplos de género de Novela Negra o Gótica. De
ahí su importancia en la literatura venezolana actual, donde hay la necesidad
de incorporar el lenguaje de la emergencia, de sociedad crispada y dividida,
frustrada con su población educada ida con la última diáspora en el tercer
mundo.
Esta narración, puede dar
paso a una escritura mayor, a una saga por entregas. Muy a lo Arthur Conan Doyle o Corín Tellado, o el celebrado
Manuel Vázquez Montalbán. Cualquiera pudo haber matado a Luis Meléndez. Pero
eso cerraría el relato y no hay novela fundida o novelas ejemplares como las
llamó Cervantes. Pereira Meléndez se anota unos puntos en el difícil arte de
narrar desde el crimen en la óptica de Thomas De Quincey, el del crimen
como una de las bellas artes.
Marzo de 2019