Invade una vaga tristeza
la tarde lluviosa de marzo.
Se deshilvanan, en hilos
de chocolate las paredes,
vaticinio de un desnudo
espacio, vacío y solitario,
donde germina la ilusión
de resignados silencios,
en regueros que surcan
por las grietas del muro.
Tus pasos siguen velados
tras el amor de la noche,
ensayado crónicas nuevas
al abrigo salobre del mar.