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jueves, 12 de agosto de 2010

MIENTRAS EL AVIÓN ANDA POR LOS CIELOS

“Si miro hacia atrás y trato de recordar los hechos que he vivido, los pasos que me han traído hoy hasta aquí, nunca estoy completamente seguro de si estoy rememorando o inventando”, dice Héctor Abab Faciolince, ese gran escritor colombiano, nacido en Medellín, en 1958, autor, entre otras no menos valiosas obras, que de El Olvido que Seremos y Traiciones de la Memoria, libros que me ha traído como obsequio, ese otro gran novelista colombo-venezolano, don Gilberto Abril Rojas, venido desde las lejanas cuán favorecidas tierras de Boyacá, y quien caballerosamente ha puesto en mis manos una tarjeta de invitación para asistir al XXXI Encuentro Internacional de Escritores en Chiquinquirá, Colombia, desde el día 9 hasta el 12 de septiembre de 2010. “Debe asistir Ud. – me indica – porque el día 11 de septiembre habrá una presentación de libros y revistas. Y ese día, se presentarán dos libros de Juandemaro Querales: La Historia Barroca en la Narrativa de Gilberto Abril Rojas y Mala Señal”. “También – agrega don Gilberto con su acentuado dialecto costeño – vamos a bautizar una obrita mía titulada La Ruta del Cocuy, y Ud., es el encargado de presentar dichos libros”. Estoy ansioso de culminar la lectura de Purgatorio la última novela escrita por el argentino Tomás Eloy Martínez, la cual hube de hacer el esfuerzo de adquirirla, por cuanto me cansé de los ofrecimientos por parte del ex – Magistrado, Dr. Ramón Pérez Linárez. “Dos mulas de tiro han caído muertas y nadie las puede mover. No hay más remedio que desviarse”, creo que expresa el escolta de Emilia Dupuy cuando baja del vehículo que los traslada a no sé dónde porque apenas voy en la página 63. Hoy, a media noche, seguramente, extenderé un poco más esa historia. Ésta semana que ya culmina – aunque según la Primera Carta a los Corintios y los Evangelios, el primer día de la semana comienza hoy domingo 25 de Julio – he tenido la oportunidad de viajar por diversos estados: Zulia, Trujillo, Aragua, Carabobo, Yaracuy, Cojedes, Lara, Distrito Capital y, finalmente, de regreso a San Cristóbal, Táchira. Visité no menos de seis Palacios de Justicias o estrados judiciales, como prefiero llamar a esos recintos donde muchas veces se deja el alma, y la capacidad de asombro se pierde en el Olimpo. En uno de los aeropuertos donde estuve, dos situaciones me colocaron en serios aprietos: en el Zulia un joven – presumo que estudiante de filosofía – en una amena conversación – confieso que temo a las alturas – me inquirió – candorosamente, si cabe el vocablo – qué de dónde éramos – se refería a mi asistente y a mí, naturalmente – y si creía en la amistad verdadera. He pensado que el joven peregrino hizo tales preguntas porque advirtió que en mis manos tenía un libro – que intenté leer, en vano, tanto en los aviones como en las salas de espera de los aeropuertos – titulado No he Venido Aquí a Hacer Amigos: Desventuras de Un Consultor IT (III Premio de Narrativa Caja Madrid) de Jaime Miranda. Por un instante estuve tentado llamar al Dr. Nelson Mujica, mi ex – socio de Barquisimeto, para que me diera el número telefónico celular del abogado Ramón Aguilar Lucena, socio principal del Escritorio Jurídico Pérez Linárez & Asociados, y así llamarlo y pedirle a él que le explicara a dicho joven el delicado tópico de la amistad. En el silencio que guardo mientras el avión anda por los cielos, me preguntaba: ¿Cuánto cuesta realmente una amistad? ¿Cien Mil Bolívares fuertes? ¿Trescientos Mil Bolívares Fuertes? ¿Cuatrocientos Mil Bolívares Fuertes? Habría que preguntárselo al culto y erudito profesor universitario y ex – Magistrado, Dr. Ramón Alfredo Aguilar Lucena. La otra circunstancia o escenario vivido por mí en esa tarde tan exaltada como acalorada, es que, en la lista de espera, ya habíanse anotado las quince personas reglamentarias; nosotros habíamos llegado tarde, por un derrumbe que hubo en la carretera hacia el Aeropuerto de Santo Domingo. Sin embargo, logramos conversar con la gerente del Aeropuerto de San Antonio, Táchira, y, una vez expuesta nuestra premura de montar el avión, asintió anotarlos en los numerales 16 y 17. En ese ajetreo, visualicé una guapa mujer, achocolatada, de ojos achinados, diminutos, y de largas pestañas; poseedora de unos labios gruesos – bembona, como decimos en Carora – seductores, de cabellos ondulados, con un trasero perfecto, hecho a mano, que poco a poco, se fue acercando hacia donde me hallaba. Como pueblerino al fin, intenté acomodarme la corbata, y a peinarme con los dedos, y, sin darme cuenta, tan divina ninfa fue aproximándose más a mí, hasta que, tocó mi hombro derecho para decirme: “ Señor, señor, será que Ud., puede decir que yo soy su hija, para que me anoten a mí también. Necesito llegar hoy a Maiquetía, porque de allí debo tomar un avión hacia México”. Cuando llegué a mi hogar, lo primero que hice fue contarle a mis preciosas brujas, que en el Aeropuerto de San Antonio, una lozana odontóloga, de unos 26 años, quería que yo me hiciera pasar por su padre, y, como si nada de ello me importara, les pregunté a ambas: ¿Tan viejo estoy? – “Sí, muy viejo” – respondieron al unísono.

 
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